Metro
La vida es algo más que aumentar la velocidad”
Gandhi
El metro. Obra faraónica, colmena preñada de túneles. La primera vez que bajaste a las entrañas de la Tierra; la primera que se te escapó por los pelos y saludaste los viajeros desde fuera. La vez que te quedaste dormido en el banco, preso de una borrachera a destiempo; ojos cerrados, ojos en blanco.
La espera. Puertas cerradas hasta las seis de la mañana. La dura espera. Botellones de vagón habían precalentado la noche y la ida, que no es poco. Periódicos gratuitos hacen compañía en la vuelta. Libros de bolsillo; lecturas de reojo.
Latas de sardina, Tokio en la otra esquina. Y las axilas. Axilas ajenas y propias. La soledad también; depende de hora y línea. La primera vez que te equivocaste de color, maldito sea el cielo. Viaje al centro de la Tierra, tela de araña. El metro.
Lo que todavía no entiendo es por qué nadie sonríe cuando viaja en metro. La única persona a la que he visto sonreír ha sido un bebé, y porque una niña jugaba distraída a pegarle patadas y eso parecía divertirle.